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El Fogón de las Vanidades

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La imagen que encabeza este post, representa al monje dominico Girolamo Savonarola predicando contra todo aquello que a su entender consideraba dañino por sustentarse en la vanidad y la superficialidad del Hombre en sus diatribas animaba a sus seguidores a quemar todo aquello que consideraba frívolo y apartaba al ser humano del verdadero camino a Dios, en este grupo de actos fútiles incluía: la poesía, las artes, la moda, la música. Sus acólitos organizaban lo que dieron en llamar las Hogueras de las Vanidades, donde quemaban todo tipo de instrumentos, libros, ropas y piezas de artesanía, se cuenta que el propio Boticelli quemó allí algunas de sus obras. Duele pensar que todo aquello que suene a libre pensamiento y conocimiento sea reo del fuego y siempre se olviden de expiar todo aquello que realmente sustenta lo vacuo del ser humano, la arrogancia, la ignorancia, la prepotencia y la soberbia.

La Hoguera de Las Vanidades, 7 de Febrero de 1497

Es comprensible que el correcto funcionamiento de una cocina profesional, como todos los lugares que dependen del trabajo en equipo, necesita de la adecuada interacción entre los individuos que componen esta dramatis personae. La correcta coordinación de cada uno de sus elementos precisa de un buen nivel de comunicación, es decir, concisión y claridad (si añadimos las dosis mínimas aceptables de civismo, ya sería la ostia). El referirme a una brigada de cocina como una dramatis personae no es por capricho, sino por cada vez se parece más al elenco de una obra de teatro que, en este caso sería una de los Monty Phyton.

Una de las películas más cutres que he tenido la oportunidad de ver es, Pactar con El Diablo, dirigida por Taylor Hackford, protagonizada por Al Pacino, Keanu Reeves y Charlize Theron, lo cierto es que, lo único que salva la cinta es una muy buena interpretación de de la señorita Theron y un par de momentos estelares (solo un par…) del protagonista de Serpico en su rol del mismísimo Asmodeo. Uno de estos instantes es, un más que interesante monólogo cerca del final del film en el que, el Caído, diserta sobre su pecado favorito que no es otro que, la VANIDAD, el principio de un camino que culmina en el pecado capital de la soberbia…

-La vanidad, es sin duda mi pecado favorito. Kevin, es el más básico. Narcisismo, la droga más natural. Escucha, no es que no te importase Mary Ann, Kevin, es que demostraste estar algo más interesado por otra persona: Tú mismo.

John Milton (el Diablo, Al Pacino) a su hijo Kevin Lomax (Keanu Reeves)

En fin, la peli no está mal si no tienes nada mejor que hacer, pero sí que arranca un par de reflexiones. Una de ellas es que, John Milton, bien podría haber elegido la profesión de cocinero en vez de la de abogado para su periplo demoníaco en la Tierra, por qué si conozco un lugar donde la vanidad campa a sus anchas, transmutándose muchas veces en una insufrible prepotencia es, una cocina profesional. La vanidad (como el dinero) tiene la capacidad de convertir al necio en hidalgo doctor (gracias, Arcipreste de Hita). La incapacidad de muchos cocineros de reconocer su propia ignorancia les transporta, a lomos de una desatada soberbia, a una especie de catarsis de conocimiento de generación espontánea que les hace verse a sí mismos como hombres ilustrados capaces de sentar cátedra.

No sé si esto responde a alguna suerte de complejo de inferioridad respecto de otras profesiones o, a nuestra necesidad continua de auto reivindicarnos como un sector profesional altamente especializado que necesita de formación superior. Estos dos supuestos serían válidos si en las cocinas no hubiera tanto imbécil que, lo que no sabe, se lo inventa, y además tiene los huevos de elevarlo a la categoría de tesis mística, casi de conocimiento de La Fuerza, con el objeto de convencernos a los demás de que realmente no es tan tonto como parece.

Siempre se dice que el conocimiento es poder, yo (ese pronombre personal que León Felipe describía como un gusano movido por el hilo viscoso de su baba) prefiero pensar que el conocimiento es, libertad, sobre todo capacidad para elegir de una manera coherente por donde quieres que discurra tu vida, pero, en si mismo, también es la habilidad de compartir, el poderoso talento de saltar de boca en boca para de esa manera expandirse de manera evolutiva y sempiterna. Sin ninguna vanidad creo que, el saber, junto con el sol y el viento, son las herramientas con los que la diosa madre nos hace pasar de ese gusano viscoso a la floreciente mariposa del nosotros.

Conclusión hemos aprendido mucho más sobre cocina de las madres que con generosidad transmitieron a sus hijas la ciencia con las que ellas mismas garantizarían el sustento de su propia descendencia, que de sesudos profesionales de la cocina tan concentrados en verse el ombligo que ya no saben mirar hacia adelante. Quizás ellas no eran capaces de explicar que el cloruro sódico reacciona con otras sustancias para estimular la producción de saliva y mejorar así la digestión de los alimentos, pero estaban absolutamente seguras que probar un guiso y ponerlo a punto de sal garantizaba un poquito de felicidad a sus familias, y eso, les resultaba suficiente como prueba empírica.

Hazte un favor a ti mismo, cierra tu boca y abre tus ojos, tus orejas y baja del pináculo de tu ignorancia. Cuando compartas conocimiento con tus iguales hazlo para ayudarles a su propio crecimiento y no para tu propia gloria. La vanidad solo te convierte en esclavo.

No se me ocurre otra forma de acabar que con esta canción, Rock & Roll Star, compuesta por Sabino Méndez en la explosiva Barcelona de la transición, la ciudad de Loquillo & Intocables.

Grabación del LP A por ellos… Que son pocos y cobardes en la Sala Zeleste en Barcelona, 1987

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