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Sábanas ajenas, Borgoñas a orillas del Duero… y una ratafía catalana

By | Published | 1 comentario

Mentiría si dijese que mi trabajo me permite viajar y rozar sábanas ajenas cada noche en un puerto distinto-¡ya me gustaría!… Alguna cata, congreso y poco más, el resto del tiempo al pie del cañón o sacacorchos, si es verdad que no sufro por ello, soy de los que piensan que como en casa ningún sitio para pasar la noche ¡Donde vas a parar! Ese maravilloso paraíso en el que existe un sofá que conserva, cual molde, tu silueta de un día para otro, esas zapatillas “con ventana” por donde sale el dedo glotón del pie izquierdo, el llorar repentino de tu hija, la botella de Tío Pepe en la nevera, la lata de fabada como auxilio gastronómico en una mañana resacosa, la botella de agua del grifo, el mando de la tele que nunca aparece, etc. Pero si no queda más remedio que abandonar palacio, pues se abandona, pero solo temporalmente.
Para el abandono la corte espera, casi exige, que se cumplan cuatro sencillos requisitos: Primero que la recepción esté atendida por una persona normal, de esas que hablan como tú y como yo, segundo que el ruido no gane al sueño, en tercer lugar, que el colchón sea digno y cuarto: Que el espacio no te invite a marchar corriendo hasta la hora de dormir.
Bueno pues aún siendo solo cuatro cosillas, la verdad es que es muy difícil hacer pleno, me explico:
• Lo de la recepción aunque se va notando mejoría, sobre todo con la presencia de savia nueva y formada, aún así todavía te puedes encontrar muchos cafres, afortunadamente en peligro de extinción, que su puesto ideal sería sacar al perro, con permiso del perro, y así no irritar al viajero recordando lo bien que está en su casa.
• El ruido en los hoteles es una verdadera lotería. Si no tienes suerte, como no la tuvo el que te escribe en una noche digna de marco en la ciudad del kilómetro cero, después de un At. Madrid-Barcelona en la que escuche de todo: Los semáforos peatonales de toda la plaza y su pitido imitador de odiosos despertadores; a las 3 de la mañana los bomberos a currar; supe cuando llegaron los rusos de la 215; intuí como el sexagenario de la 230 mezclo dos pastillas de Viagra con un anisete del mini-bar y ella lo agradeció varias veces o más; o como en la planta tercera, creo, vomitaba un colchonero toda la cerveza ingerida antes del partido (le cayó bien por beber cerveza sin pensar lo bien que le hubiese sentado el vino); incluso un tal José llamaba con los nudillos a mi puerta como un depredador preguntado por Mari Carmen….¿Mari Carmen? ¡serás desgraciado!…. solo me faltó la llamada de Gila preguntando por el enemigo, menos mal que ganó el Atleti.
• El colchón, ¡madre mía vaya tema! Sigo sin entender como todavía hay empresarios hoteleros que descuidan la pieza clave de su negocio.
• Y por último el espacio como tal, la habitación, que ni ha de estar llena de muebles innecesarios, antigüedades de medio pelo, armarios enormes refugio de polillas y amantes, suelos fríos, colores de puticlub de saldo, cuadros siniestros y demás rasgos que hacen que apagues todas las luces para dormir, o lo que es peor (o mejor??), para salir corriendo en busca de un bar y conciliar el sueño apretándote una buena botella de vino o en su defecto cuatro gin tonics , pero de los de beber, no de los de mirar al barman preparar la ensalada. La estancia en hoteles, hostales y demás ha de ser similar a la de un niño, que para él todo son novedades y le cuesta trabajo salir de la habitación (les apetece bañarse, ver la tele, telefonear, tomar algo del mini bar, etc.) esa es la clave.
Hace pocos días me topé con un interesantísimo articulo de Noelia Ferreiro (@ferreiro_noelia) titulado: “Hostales sí, pero pijos”, el cual destapa la nueva tendencia en estos espacios para el descanso. Las letras de Noelia me hicieron recuperar, de mi mala memoria, un templado día de marzo en Zamora en el que la noche apareció traicionera después de una maratoniana e inolvidable cata de borgoñas, muy adultos por cierto, a orillas del Duero. Tanta emoción y sobre todo, tanto vino, fueron justificaciones suficientes para no conducir y pensar en pernoctar en Zamora. Alguien dijo “conozco un hostal estupendo, Chiqui se llama”. Cuál fue mi sorpresa al llegar a la segunda planta del número 2 de la Calle Benavente, al comprobar que aquello parecía cumplir los cuatro requisitos antes mencionados, incluso alguno más.

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Recepción Hostal Chiqui (Zamora)

La primera impresión muy positiva, temperatura ideal, aromáticamente perfecto (que importante es que huela bien el sitio donde vas a dormir), buena luz, limpieza, decenas de gestos creativos… Habitaciones dispuestas en un pasillo que simula una alegre calle; Cada morada tiene una puerta distinta y un curioso y romántico buzón que además de seguir el ritmo urbano en la decoración, provoca las ganas de pasar una larga temporada en Chiqui simplemente por el hecho de recibir una carta de alguien que te extrañe. El interior de cada habitación es perfecto, dinámico, acogedor, moderno, luminoso, con una decoración actualizada y muy meditada, con rasgos perfectamente combinados con el estilo vintage y una alegre perspectiva. Todo ello genera un espacio de gran apetencia para la lectura, el amor, las palabras, el descanso, y como no, los sueños. Aquí os dejo el enlace a su página web: http://www.hostalchiqui.es/

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Ratafía de La Pobla de Segur

He de confesar que a la habitación no llegué sólo, me acompañaba una auténtica joya de la licorería tradicional, que me había regalado esa misma mañana mi amigo y chef Pepe Moreno(granadino de cuna pero adoptado por barrio barcelonés de Sant Andreu) me refiero a la ratafía catalana, ese impecable licor que para su elaboración se han de macerar en alcohol excelentes nueces verdes, recolectadas en las vísperas de San Juan ( junto con especias, hierbas aromáticas y alguna cosa más) que igual sirve para cerrar tratos entre payeses, como para preparar la desconexión de un castellano en un duro día.

Por: Marcelino Calvo (MarceVino)

1 Response

  1. No lo conozco, pero suena sabroso.
    Cuántas cosas nos perdemos en esta corta vida.
    En fin, tenemos que alegrarnos con lo que conocemos. Es la única manera de vivir.
    Un abrazo.

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