Idiotas

La cena de los idiotas

Hace unos años, mientras charlaba con el propietario de un restaurante sobre diversas cuestiones, llegábamos a la conclusión de que un servicio de cenas y comidas se parecía mucho a una obra de teatro, una afirmación con la que sigo, a dia de hoy, totalmente de acuerdo. Si lo piensas bien, los clientes se asemejan bastante al público que ocupa los palcos, y nosotros, camareros y cocineros, somos los actores y equipo técnico que pone en marcha la función.

Mientras reflexiono hoy sobre este tema, intento decidir qué obra teatral sería la que mejor podría definir este oficio nuestro, ¿podría ser el intrigante Macbeth de Shakespeare que con sus hermosos y elaborados textos se sumerge en las oscuras ansias de poder? No, no lo creo, sus personajes son en exceso complejos y, aunque he conocido en persona a alguna Lady Macbeth, le faltaba el empaque suficiente.

El teatro de los idiotas

Pienso también en Fuenteovejuna, el drama municipal de Lope de Vega en el que todos los habitantes del pueblo, hartos ya de los abusos del comendador real, deciden darle muerte a pedradas; cuando los investigadores del rey acuden a la localidad a encontrar al culpable, todos los lugareños a una exclaman: – “¡Fuenteovejuna lo hizo!”. No, tampoco es la adecuada, resulta demasiado épica y nunca he visto unidad semejante entre los componentes de una plantilla de trabajadores.

La cena de los idiotas

Idiotas

No paro de darle vueltas al asunto y acaba viniéndome a la mente la obra de teatro que quizá mejor nos defina, LA CENA DE LOS IDIOTAS, Una creación de Francis Verber que fue adaptada al cine por él mismo y que luego, fue llevada a las plateas españolas por Josema Yuste. La película es divertidísima y profundiza en las entrañas de la estupidez humana, dejando al descubierto lo más bajo del ego de los asistentes al ágape.

Sí, el ego es el peor enemigo de un proyecto colectivo, azuzado muchas veces por la vulgaridad de unos espurios intereses personales y acrecentado por las inseguridades y la cobardía inherentes al ser humano. En una estructura piramidal como la que forma una brigada de cocina, los cimientos son corroídos casi siempre por las perversiones de aquellos que se aferran con uñas y dientes a la cima de la pirámide o bien por los que, desde la base, intentan trepar hasta ella a cualquier precio.

No lo voy a negar, tengo un ego muy potente que en muchas ocasiones me ha causado más de un problema, problemas que se han complicado también por un exceso de ingenuidad debido a mí creencia particular de que, si puedes aportar para mejorar algo, tienes la obligación moral de hacerlo. Tristemente esto no siempre es bien recibido y acaba provocando situaciones de lo más inverosímil en los que la conversación acaba derivando en la completa vulgaridad de competir por decidir quién sabe más o simplemente, quien la tiene más larga; algo tremendamente aburrido, más aún, cuando hace años que estoy bastante seguro de mi sexualidad.

Aunque peino ya bastantes canas, sigo siendo lo bastante idiota como para creer que la mejor estructura de una cocina no es la pirámide, por el contrario, pienso que su forma ideal sería la de un motor en línea, un entramado donde la pieza que pueda parecernos más pequeña e insignificante es primordial para el funcionamiento perfecto del montaje.

La realidad, siempre cruel e imbatible, se obstina en recordarme que, a pesar de las ideas ilustradas, el empirismo, el contrato social, el pensamiento crítico y el método científico, los seres humanos seguimos siendo tan idiotas como para preferir las pirámides, colosales edificios construidos para gloria y alabanza de líderes que, conscientes de que su lugar en la cima se sustenta solo por los frutos de nuestro trabajo y esfuerzo, harán todo lo posible por convencernos de que no hay otra alternativa viable a la que ellos mismos, consumidos por su propio ego, nos puedan ofrecer.

Vivimos en tiempos confusos donde las emociones se mean justo encima de las razones negándoles toda posibilidad de ser útiles, no es de extrañar que los resultados acaben siendo desastrosos y que nuestra salud mental se acabe deteriorando, convirtiéndonos precisamente en idiotas.

Para finalizar, os recomiendo que acudáis a ver la obra que da título a este post, o bien disfrutéis de su versión en cine, seguro que os reiréis un rato, a pesar de lo poco cómico que me resulta su argumento, no he parado de reírme cada vez que la he visto.

Llega el momento en el que cierro este artículo, como es de costumbre, con un vídeo. En esta ocasión he elegido uno en el que podréis escuchar el poema de Dylan Thomas “No entres dócilmente en esa buena noche”, a los que os guste el buen cine lo recordaréis por la película Interstellar cuando el doctor Brand, en su lecho de muerte no deja de recitarlo. Pues eso, no entréis dócilmente en la buena noche de la idiotez, rebelaros ante la muerte de la luz. Rabia ante la muerte de la luz.

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