Cuando era niño, antes de que los millenials poblaran la tierra, cuando solo teníamos dos canales de televisión, me encantaba ver las pelis del sábado por la tarde después del telediario de mediodía y la media hora de dibujos animados. Recuerdo las reposiciones de grandes clásicos del western, como Fort Apache, Solo ante el Peligro o La Diligencia… Pero, con diferencia, mis sesiones de tarde favoritas eran en las que se emitían las películas de Tarzán, la serie de filmes protagonizados por Johnny Weissmüller y Maureen O’Sullivan. Una escena recurrente en varias de las películas de la saga era, la de los cementerios de elefantes, el lugar donde los majestuosos paquidermos, al presentir que su hora final se acercaba, peregrinaban para tener un final en paz. Aparecía siempre la figura del malvado traficante de marfil dispuesto a saquear el santuario de estos titanes de la sabana africana y era entonces, cuando nuestro héroe, el Rey de los Monos, aparecía dispuesto a salvar este camposanto animal, para preservar el inevitable y necesario ciclo de la vida… Disculpar que me disperse en los territorios de la Épica, soy un friky sin redención.
Nunca pensé que llegaría a ver con mis propios ojos un lugar similar y aviso que voy a tirar de metáfora fácil, pero es la sensación que percibo al trabajar en el restaurante de un hotel de la Costa del Sol, aunque por desgracia, esta percepción quede muy lejos de la emoción que me despertaba ver a Tarzán protegiendo la necrópolis de los mastodontes.
Si bien es cierto que la restauración de los hoteles hace años que perdió el prestigio del que gozaba, es igual de cierto que, las cadenas de alojamientos llevan tiempo intentando modernizar sus ofertas gastronómicas para adaptarlas a las nuevas corrientes realizando grandes inversiones económicas para la contratación de consultorías externas que asesoran a las direcciones y a las plantillas con el objetivo de actualizar sus conocimientos y la decoración de sus restaurantes, es igual de cierto que ese esfuerzo económico está resultando desgraciadamente inútil…¿Porqué? Yo creo que es por varias razones: la primera, es la elección de las propias consultoras, en la mayoría de los casos estas empresas son fruto de la diversificación de negocio de restaurantes de prestigio que necesitan fuentes de ingresos alternativas para poder sostener el peso de sus estrellas, ni que decir tiene que el perfil de estas queda muy alejado de las necesidades propias de la gastronomía hotelera y con un tipo de cliente absolutamente distinto. Otro punto a tener muy cuenta, la gran diferencia de la estructura de recursos humanos entre las cadenas hoteleras y los restaurantes. Frente a la total precariedad laboral reinante en los establecimientos “estelados”, se alza la figura del Comité de Empresa, presente en casi la totalidad de los hoteles y que es, a su vez, virtud y condena de la oferta gastronómica de los mismos.
En segundo lugar, el desorbitado déficit formativo de las plantillas de cocina compuestas por una parte, de personas con una dilatada antigüedad en la empresa y en la recta final de su trayectoria laboral, poco receptivos a los cambios y con poca o nula intención de reciclaje que en muchas ocasiones incluso forman parte de los propios comités de trabajadores (esto explica el título de este post…), de otra parte las incorporaciones más jóvenes que, por imitación e incluso a veces por imposición acaban repitiendo los comportamientos de los elefantes moribundos y convirtiéndose en veintegenarios adormecidos bajo la espesa manta de una supuesta seguridad laboral, por supuesto y esto no hay que obviarlo, hay también pequeños grupos de personas con muchas ganas de sentirse orgullosos del restaurante en el que trabajan, quizás las direcciones de las cadenas deberían mirar un poco más hacia ellos.
Un tercer punto a tener en cuenta es la propia de estructura jerárquica de las propias empresas de alojamiento… Este tema casi daría para un artículo específico pero, voy a intentar ser un poco breve, aunque el asunto tenga miga de narices… Si escribiera una entrada sobre esto, la llamaría “La Hoguera de las Vanidades”, como en la película, la brutal guerra de egos y ambiciones, la batalla genocida por decidir quien es el perro que mejor menea el rabo delante del gran amo, acaba arrastrando a todos los segmentos inferiores a la inactividad y al desasosiego. La obscena obsesión por el liderazgo amparado bajo el “sabio” consejo de Coach y técnicos de RRHH… Voy a dejarlo aquí, porque me estoy calentando… solo una advertencia… Las sociedades no necesitan líderes, necesitan leyes.
En resumen, todos somos, en la parte que nos ocupa, responsables de esta situación.
Como solución, solo me viene a la cabeza, la frase que mi buen amigo Óscar, me repetía incesantemente, ESTAMOS AQUÍ PARA DAR DE COMER A LA GENTE. Deberíamos recordar esta máxima.
Acabo este post con unos versos de Jaime Gil de Biedma, musicados por Gabriel Sopeña e interpretados por Loquillo, No Volveré a Ser Joven, en los que el poeta nos habla de la pérdida de la energía de la juventud y que el tiempo convierte en una lánguida espera del momento final.
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